jueves, 24 de febrero de 2022

"Solicitud de desalojo" Diego Covarrubias

SOLICITUD DE DESALOJO

 

Diego Covarrubias

 

A pesar del estruendo acompasado de los latidos, dormitas cómodamente sobre una de las aurículas, cuando en una violenta sístole, te llega el edicto. Lo lees: "Le pedimos desalojar inmediatamente el corazón de Susana, por favor asegúrese de llevar consigo todas sus pertenencias". No hay remitente.

          La noticia te hace perder el equilibro y caes sobre la válvula tricúspide, empujado por la sorpresa y la incredulidad. Tienes que averiguar qué pasa. Decides viajar al hígado a través de la arteria hepática, para sofocar el incendio de lo que supones, es un enojo temporal. Lo encuentras en plenitud de forma, ocupado en descomponer grasas y fabricar proteínas. Ni una sola gota de adrenalina. Aprovechando la cercanía con el sistema digestivo, te asomas al estómago, solo para constatar que la digestión está activa, disolviendo en un caldo de gastrina los alimentos que Susana acaba de ingerir. Aprovechas una apertura del píloro, y disculpándote por la intromisión, sales.           

           ¿Qué hacer? ¿Qué hacer?

           ¿Cómo que qué hacer?, ¡sabes perfecto qué hacer! Envalentonado, piensas que la causa del extraño edicto puede estar en la menstruación, y preparado para lo peor, irrumpes intempestivamente en la vagina: seca como el desierto de Atacama. Ni un solo rastro de sangre. "Qué extraño", piensas.

            Ya nervioso, te diriges a los ovarios. En la entrada de la trompa de Falopio hay un letrero que dice: "Estamos de vacaciones, regresamos en una semana". El nivel de estrógeno es normal. Tachas de tu lista de posibles causas a la menopausia, y te das cuenta que solo quedan dos alternativas: o Susana tiene otro hombre, o simplemente ya no está enamorada de ti. Te resistes a aceptar cualquiera de las dos.         

            Te avientas a la corriente de la vena cava inferior para regresar al corazón y reordenar tus ideas. Cuando llegas, descubres que tu llave ya no abre ninguna de las puertas.  Te asomas por la válvula aórtica y confirmas lo que vienes sospechando desde un principio: un nuevo inquilino está firmando el contrato de arrendamiento.

            Lo único que te queda -para no convertirte en un parásito que viaja de un órgano a otro pidiendo aventón por los vasos sanguíneos-, es pedir asilo en el cerebro. Cuando llegas al lóbulo frontal hay dos puertas: una dice recuerdo, y la otra, olvido. Para efectos prácticos es lo mismo. Una solícita neurona se ofrece a llevarte el equipaje.

            "El equipaje", piensas, "en la madre, lo dejé en el corazón".

            Decides regresar y recuperarlo. No estás dispuesto a compartir tus virtudes y ternuras con nadie. Ya no tienes la llave, pero no tienes nada que perder. Si no te dejan entrar, estás decidido a forzar las cerraduras.

  

1 comentario:

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