Durante la pandemia, Rubén se volvió paranoico,
no quería que tuviéramos contacto con nadie y él mismo evitaba tocarme. Yo echaba
de menos la calidez humana. Afortunadamente, cuando bajaba a nadar, coincidía en
la alberca con mi vecina y aprovechaba para platicar con ella. Así supe que era
pintora y daba masajes tántricos. Yo no tenía ni idea de qué iba eso, pero corrí
a buscarlo en internet y la siguiente vez que la vi, le pedí que me hiciera uno.
Como Rubén no lo permitiría —por los contagios— sugerí que fuera a mi casa de noche, cuando él estuviera dormido, pues ambos tenemos el sueño muy pesado. Le venía bien hacerlo a esas horas pues decía que acostumbraba a pasar un par de noches en vela para forzar una especie de trance que la llevaba a pintar sus maravillosos cuadros. Me regaló un aceite aromático que me dijo que me untara en pies y manos antes de dormir pues me iría preparando, debía dejarlo a la mano, sobre la mesa de noche porque luego ella lo iba a usar. Le di mi llave y ella correspondió a mi confianza y me dio la suya, “Por cualquier cosa”, me dijo.
A partir de entonces, cada martes por la mañana le deposito su merecido pago en la cuenta indicada. Mis noches de lunes son extáticas; en una especie de duermevela alcanzo un clímax superior al que jamás había experimentado y, al día siguiente, constato los beneficios de este con una sonrisa indeleble y mi excelente actitud que contrarresta la amargura inframundezca de Rubén.
No recuerdo cuándo
fue la última vez que la vi. Dejé en algún momento de coincidir con ella en la alberca
y cuando me di cuenta de ello quise contactarla, pero nunca tuve su celular. Le
toqué varias veces el timbre sin éxito, hasta que opté por entrar a su casa con
mi llave: estaba vacía. El conserje me dijo que hacía mucho tiempo que se había
mudado. Investigué la cuenta de banco y resultó pertenecer a una asociación de beneficencia
en la que me dijeron que trabajaban muchos voluntarios y así por su nombre de
pila no podían darme razón de ella. Sin embargo, todos los lunes sigo teniendo
la misma sensación en mi duermevela y confirma su presencia el aceite que amanece
descolocado en mi mesa de noche.
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