sábado, 26 de febrero de 2022

"Licencido Zambrano" Ana Pérez Priego



 

—¿Ya viste de qué se trata la tarea para la próxima clase?

—No, ¿De qué?       

—Escribir sobre tu maestro favorito.

—¡Ay, no! No vayas a escribir sobre él.

—¿Qué tiene de malo?

—Estabas enamoradísima.

—¡Para nada!  Claro que no estaba enamorada, me encantaba su forma de enseñar, pero nada sexual.

—¡Ya no te acuerdas de la carta que le escribiste de despedida?

—¿Cuál carta?

—La que rompí y tiré a la basura.

—¿Por qué hiciste eso?

—Porque le declarabas tu amor

—¡Claro que no!

—Solo porque él era casado y en esa época eras recatada, porque si no, te lo comes.

      ¡Qué exagerada eres!, me hubiera gustado releer esa carta, de Idelfonso me gustaba su manera de explicar, la forma como amaba transmitir el conocimiento, recuerdo cuando lo vi desde la ventana, dar la clase a un solo alumno, parado en la tarima, usando el pizarrón, exponiendo el tema como si tuviera a un auditorio enfrente. Cada vez que un alumno mío, llegaba a clase ni haber hecho la tarea, les decía, su frase favorita: "El inmaduro, es el experto, en el arte de la excusa y el pretexto".

 

      Del que nunca te conté, fue del Licenciado Zambrano. Quien llegaba a dar clase de 7 a.m., recién bañado, trajeado, zapatos perfectamente lustrados pero con las agujetas desamarradas, se sentaba y cuando empezaba a tomar lista, doblaba la pierna y se las ataba. Con el pelo engomado y corte chiquitito, nos daba la impresión de que era super serio y formal, pero al mismo tiempo me imaginaba como salía corriendo de su casa, desayunado a penas un licuado de plátano, dejaba el vaso en su Mercedes blanco.

 

     ¡Ah cómo me divertía!, cada vez que pasaba por mi lugar —exponiendo algún tema de Introducción al Derecho—, dejaba caer mi pluma, él la levantaba y la regresaba a mi mesa, así podía oler su perfume y verlo más de cerca. Hasta que un día me dijo, "¡Ponga atención señorita, deje de estar tirando la pluma!" Me dio un poco de pena, pero se me quitó cuando reprobé el examen parcial y me dijo que lo podría volver a hacer en su oficina, pero con base ocho. Acepté. El despacho era como de serie de película. Con un escritorio grande de madera dura, ventanales amplios, vista a los mejores edificios de Monterrey, con el Cerro de la Silla al fondo. Una sala de juntas para doce personas, en donde me senté, me entregó el examen, lo contesté todo correctamente, al terminar me acerque a su escritorio para entregarle las hojas, sin revisarlo me puso diez.

 

       Se levantó me dio un beso en la boca, le di una cachetada, y cuando intenté darle otra, me detuvo, agarrando con fuerza mi muñeca derecha, me solté y caminé la puerta, me tomó de la mano izquierda y me jaló hacia él. Nos besamos, me desabrochó blusa, miró fogoso mi sostén, lo liberé de la corbata y aflojé su cinturón, me subió la falda y cuando estaba quitándome los calzones, nos interrumpió su secretaria.

 

     


1 comentario:

"El siguiente", Luis Fernando Redondo

Aquí lo dice bien clarito. Gregor escucha una voz sin inflexiones. Intenta mirar por encima de los dos hombros que tiene delante al ho...