domingo, 27 de febrero de 2022

"Fina torpeza" - Franches

Fina torpeza

Franches


Abotonarme las blusas me toma tiempo y paciencia. Meter el botón en el ojal me es difícil, pero empujarlo para que abroche es punto menor que imposible. Y qué no sea una de esas blusas finas con botones exquisitos porque entonces necesito ayuda o media hora más.

Los aretes ya ni me los quito porque el ensartarlos de vuelta me toma tanto qué hasta sudo y me pone de mal humor.

Cometo muchos errores al escribir en la computadora. La tecla de retroceso es la que más se está gastando; hasta la rasguñé. Ni hablar del soft-keyboard de mi móvil. Nunca puedo seleccionar la letra que quiero. O toco la de la derecha o la de la izquierda, pero no la que necesito.

Tampoco me es fácil apretar los controles del termostato o los del radio del coche. Al tratar de oprimir algún botoncito con la yema del dedo simplemente no cabe. Tengo que ayudarme con algo puntiagudo, como un bolígrafo, unas llaves o tratar de alinear la uña con el centro antes de presionar.

Increíble. Estamos en el dos mil veintidós y siguen haciendo las cosas así.

¡Ah, pero no quiero usar las uñas cortas! Se me ven los dedos más burdos y eso no puede ser. ¡Nah-ha!

Durante todo su último semestre de universidad deberían de forzar a los estudiantes de diseño industrial a usar las uñas largas o ponerse postizas. ¡Namás pa' que vean lo que se siente [usar sus pendejadas]!


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sábado, 26 de febrero de 2022

"Licencido Zambrano" Ana Pérez Priego



 

—¿Ya viste de qué se trata la tarea para la próxima clase?

—No, ¿De qué?       

—Escribir sobre tu maestro favorito.

—¡Ay, no! No vayas a escribir sobre él.

—¿Qué tiene de malo?

—Estabas enamoradísima.

—¡Para nada!  Claro que no estaba enamorada, me encantaba su forma de enseñar, pero nada sexual.

—¡Ya no te acuerdas de la carta que le escribiste de despedida?

—¿Cuál carta?

—La que rompí y tiré a la basura.

—¿Por qué hiciste eso?

—Porque le declarabas tu amor

—¡Claro que no!

—Solo porque él era casado y en esa época eras recatada, porque si no, te lo comes.

      ¡Qué exagerada eres!, me hubiera gustado releer esa carta, de Idelfonso me gustaba su manera de explicar, la forma como amaba transmitir el conocimiento, recuerdo cuando lo vi desde la ventana, dar la clase a un solo alumno, parado en la tarima, usando el pizarrón, exponiendo el tema como si tuviera a un auditorio enfrente. Cada vez que un alumno mío, llegaba a clase ni haber hecho la tarea, les decía, su frase favorita: "El inmaduro, es el experto, en el arte de la excusa y el pretexto".

 

      Del que nunca te conté, fue del Licenciado Zambrano. Quien llegaba a dar clase de 7 a.m., recién bañado, trajeado, zapatos perfectamente lustrados pero con las agujetas desamarradas, se sentaba y cuando empezaba a tomar lista, doblaba la pierna y se las ataba. Con el pelo engomado y corte chiquitito, nos daba la impresión de que era super serio y formal, pero al mismo tiempo me imaginaba como salía corriendo de su casa, desayunado a penas un licuado de plátano, dejaba el vaso en su Mercedes blanco.

 

     ¡Ah cómo me divertía!, cada vez que pasaba por mi lugar —exponiendo algún tema de Introducción al Derecho—, dejaba caer mi pluma, él la levantaba y la regresaba a mi mesa, así podía oler su perfume y verlo más de cerca. Hasta que un día me dijo, "¡Ponga atención señorita, deje de estar tirando la pluma!" Me dio un poco de pena, pero se me quitó cuando reprobé el examen parcial y me dijo que lo podría volver a hacer en su oficina, pero con base ocho. Acepté. El despacho era como de serie de película. Con un escritorio grande de madera dura, ventanales amplios, vista a los mejores edificios de Monterrey, con el Cerro de la Silla al fondo. Una sala de juntas para doce personas, en donde me senté, me entregó el examen, lo contesté todo correctamente, al terminar me acerque a su escritorio para entregarle las hojas, sin revisarlo me puso diez.

 

       Se levantó me dio un beso en la boca, le di una cachetada, y cuando intenté darle otra, me detuvo, agarrando con fuerza mi muñeca derecha, me solté y caminé la puerta, me tomó de la mano izquierda y me jaló hacia él. Nos besamos, me desabrochó blusa, miró fogoso mi sostén, lo liberé de la corbata y aflojé su cinturón, me subió la falda y cuando estaba quitándome los calzones, nos interrumpió su secretaria.

 

     


jueves, 24 de febrero de 2022

"La locura" por Verónica García


En una casa sin puerta, en una esquina cualquiera, en una calle sin nombre,

habita solo ella.

Ella, que sacude la esquina y lava la seda y mueve los cuadros.   

Y el cuadro platica con ella y le roza los muslos y le besa las manos y le lame los pies. Esos pies descalzos que siembran la tierra y riegan la planta y arrancan la hierba.

La hierba que crece sin rumbo, que no es mala ni tampoco buena, es solo hierba seca que crece en la tierra y la tierra es ella.

Y en esa casa sin puerta, no se lee noticia, ni se pica la fruta, ni se corta la carne, porque la carne es sangre y la sangre asusta, como asusta la lepra y la lepra es ella.

Y en esa calle de esa esquina donde habita solo ella, no gime el amante, ni llega el amigo, ni se escribe poema, porque el poema asusta, contagia, enferma, como lo hace la letra que habita el poema y el poema es ella.




"Tamales y otros quehaceres" Ana Pérez Priego



 

Siguiendo la costumbre de la candelaria, Camilo me invitó a cenar tamales a casa de su hermana Cecilia. Aquí en la región se consigue una variedad,que no se tiene en el resto del país: vaporcitos, torteados con pollo, colados con carne molida, tradicionales de espelón, y los ligth de chaya con queso de bola.

Sentados a la mesa,probamos la salsa, para ver cuál picaba y cuál no. Pasé del habanero, pues yo no como chile—en salsa—. Y nunca me fio de nadie que dice "pica poquito", porque siempre acabo enchilada.

            Cecilia le preguntó a Camilo, cómo le iba con su nuevo pasatiempo. Camilo no hacía ejercicio formalmente. Después de la cuarentena había ganado peso y se animó a probar el ciclismo. Estaba decidido a ponerse en forma. Una buena amiga lo había invitado a rodar y había quedado encantado, se acababa de comprar una bici —bueno un avión—, licras, lentes, guantes, termo, jersey con bolsitas especiales para guardar barras energéticas y fruta, casco, luces y zapatillas de carbono, de esas que tiene clips para engancharse en la bici, obviamente ya se había caído tratando de bajarse. Los principiantes frenan y se les olvida, que tiene el pie anclado al pedal y se "estrenan" cayendo de lado con todo y bicicleta.

            Elisa la hermana mayor, me preguntó: "¿Tú también montas?","¡Bici… no!", respondí sin pensar y solté la carcajada.Camilo me vio con mirada picara, mientras su hermana abrió los ojos muy grandes, torció el cuello y me echo una mirada inquisidora. El silencio incomodo, se rompió gracias a que sonó su celular. Ella contestó con tono yucateco.

"¡Ya estuvo, ya déjalo así, cuelga mi blusa en una hombrera, y cuando llegue,alo veo!".Terminado la llamada, se quejó amargamente.

— ¡No van a creer lo que me pasó hoy?—dijo Elisa.

—¿Qué te pasó?—preguntó Camilo.

—Le dije a Leidy que le pasara vapor a mi blusa. Pero ella, la planchó con la plancha normal. Cuando vi mi blusa nueva de…—Y haciendo señas hizo un cuatro y un cinco—manchada me infarté. ¿Qué le hiciste a mi blusa nueva? le dije, "¡Nada, así estaba señora!" me dijo. "¿Cómo que así estaba?, le dije."No sé con que se manchó",me dijo. "¡Mira —Enseñándole la etiqueta—, es nueva! ¡Agarra jabón princesa y tállale esa mancha!".

—¡Y qué pasó?—dijo Camilo.

—La lavó, de la parte del cuello, donde estaba la mancha y puso peor.

—¡Y qué pasó!—repitió Camilo

—Le pedí que la metiera a la lavadora y la pusiera a secar. Pagué cuatro quinientos, para no poderla estrenar. Es de ese color amarillo mostaza. Entonces la mancha se veía más intensa, ¡sabes cómo?

—¿Y qué pasó?

—¡Cómo qué y qué pasó, Camilo? ¡Qué nunca te ha pasado, hermano, que compras una blusa buena o en tu caso una camisa y te la echa a perder la chacha?¡Cuatro mil quinientos pesos, no es barato, ah!

—¡Pues sí!, si me pasó lo mismo con tres pantalones, ¡Me los pringaron con cloro!, ¿y qué le vamos a hacer!

—¡Es que yo si cuido las cosas!, ¿sabes cómo?, no como tu sobrina, que le vale, si le compro ropa en Gucci o en Target, no le importa. Le compré una bolsa Dior, y la perdió, la encontré ocho meses después en la cajuela de su auto. Ya te había contado que le tuve que poner combinación a la puerta de mi recamara. Para que Genita no entre a robar mi ropa. Pero las chamarras, como no me cabem, las tengo en el closet de visitas.Creo que agarró mi chaqueta de Bimba y Lola y se la estrenó la cabrona chiquita. Ayer me llamó mi marido para decirme que, la nené se llevó mi carro sin permiso, ¿Por qué me llama para acusarla?, y él, no le dice nada. Ella tiene su auto, suyo de ella, ¿por qué tiene que agarrar el mío? Cuando yo viajo, no tiene mi permiso de hacer eso. Además la cochina, come en el carro.

—¿La chamarra tiene, así… como que, como peluche en el cuello? —preguntó Camilo.

—¡Sí, me la acabo de comprar para el "frío de Míami"!

—¡Sí, la vi! se le ve muy biem, subió una historia a Instagram, con esa chamarra y un café de Starbucks, paseando en tu Mercedes.

—¡Hijaeputa, chingada chamaca! La próxima vez que viaje, me traigo mis dos juegos de llaves.

—¡Mari que me traigan otro tamal de espelón!

 

Febrero 2 2022

"Cuentos Cortos Parte I" Ana Pérez Priego


La mesa

Yo una vez fui mesa. Enojada porque mis padres me cuestionaban mucho durante la cena, no respondí más a sus preguntas estúpidas, tampoco a sus regaños. Entonces, mi papá decidió que yo sería una mesa y me convirtió en mesa. Extraño esos días de silencio.

 

Se nos acabó el vino

—¡Si sales, no te dejan volver a entrar!

—¿No que nunca habías venido a un motel, mi reina?

 

Vecinos extraños

Te conocí en el avión, platicando parados afuera del baño. Intercambiamos besos, ni apellidos ni teléfonos. Por besarte olvidé mi libro. Regresé al aeropuerto y lo recuperé. Es el único recuerdo que tengo de ti.

 

La Tiznada

—Mi perro tienes seis años queriéndose morir y no se muere.

—Así le paso a mi abuela, cuando la llevamos en el asilo, pasaron seis años y no se moría la cabrona.

 

Monchis

Solo una vez fumamos, pero no nos pegó. Le reclamamos que su mois no servía. Alguien dijo: "¡Queso Philadelphia!" y empezamos a reír solo de repetir, "¡Queso Philadelphia!" "¡Queso Philadelphia!"…

 

Ideas

Cuando me quedo sin ideas, escribo planas: "no se me ocurre nada", "no se me ocurre nada". A veces se me ocurren ideas simples y complejas, otras veces ideas geniales o puras mamadas, confieso que a veces tengo malas ideas, y muchas veces, de verdad, no se me ocurre nada, luego escribo. 

 

 

Visita familiar

No te frecuento seguido, te quejas ya no voy a tu casa. Los días pasan y las ocupaciones apremian, en ocasiones la chamba o el Netflix. Si no voy, no es porque no te quiera. Me reclamas y dices: "Nunca me visitas". Pero cuando me mandas mensaje, diciendo: "¡Compré espárragos!, ¿quieres? Te digo: "¡Sí, ahí voy!"

 

Explosión

Dentro de mí, cuando empiezo a escribir, me pasa similar cuando empiezo a comer Nutela. Ustedes me ven y creen que estoy jugando en la computadora, cuando llegan esos instantes creativos, quiero parar, pero puedo, no puedo interrumpir, porque si me detengo algo se rompe. Me olvido de mí y hasta del bote de Nutela. Llega el silencio, siento como si se me secara la cabeza y se acabaran las ideas. Pero a la vez están ahí, queriendo salir. Espero, por su bien, nunca me quede sin ideas, porque estoy segura de que las van a querer leer.

 

Amor de lejos

"Si un año es mucho tiempo, entonces no nos queremos". Me dijiste cuando te fuiste de intercambio a Canadá. Amor de lejos en los años noventa, sin Facetime ni Whatsapp, solo cartas, telegramas y varias llamadas. El amor terminó cuando mi padre le activó la Protectolada.

 

Hombres

¿De dónde vienen las ideas? Del corazón o de la cabeza. Dicen que los hombres piensan con la otra cabeza, yo creo que algunos no piensan.

 

Desliz

Yo nunca cometo errores, una vezlo pensé, pero estaba equivocada.

 

Amantes

Siendo tan poco el amor, para desperdiciarlo en celos.

 

 

Sobrepeso

Nadie engorda lo que no se come.

 

Multifamiliar

Mi corazón es más un condominio que una casa particular.

 

Piccaso

"La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando". La cosa es: ¿Trabajando en qué?

 

La silla

A veces me siento y pienso y a veces solo me siento. Hoy estuve sentada toda la mañana frente la pantalla, sin hablar escribiendo muchas vaciladas.

 

Fitness

No es la hora en el gimnasio, son las otras veintitrés que me quedan.

 

 

Febrero 24  2020

"Solicitud de desalojo" Diego Covarrubias

SOLICITUD DE DESALOJO

 

Diego Covarrubias

 

A pesar del estruendo acompasado de los latidos, dormitas cómodamente sobre una de las aurículas, cuando en una violenta sístole, te llega el edicto. Lo lees: "Le pedimos desalojar inmediatamente el corazón de Susana, por favor asegúrese de llevar consigo todas sus pertenencias". No hay remitente.

          La noticia te hace perder el equilibro y caes sobre la válvula tricúspide, empujado por la sorpresa y la incredulidad. Tienes que averiguar qué pasa. Decides viajar al hígado a través de la arteria hepática, para sofocar el incendio de lo que supones, es un enojo temporal. Lo encuentras en plenitud de forma, ocupado en descomponer grasas y fabricar proteínas. Ni una sola gota de adrenalina. Aprovechando la cercanía con el sistema digestivo, te asomas al estómago, solo para constatar que la digestión está activa, disolviendo en un caldo de gastrina los alimentos que Susana acaba de ingerir. Aprovechas una apertura del píloro, y disculpándote por la intromisión, sales.           

           ¿Qué hacer? ¿Qué hacer?

           ¿Cómo que qué hacer?, ¡sabes perfecto qué hacer! Envalentonado, piensas que la causa del extraño edicto puede estar en la menstruación, y preparado para lo peor, irrumpes intempestivamente en la vagina: seca como el desierto de Atacama. Ni un solo rastro de sangre. "Qué extraño", piensas.

            Ya nervioso, te diriges a los ovarios. En la entrada de la trompa de Falopio hay un letrero que dice: "Estamos de vacaciones, regresamos en una semana". El nivel de estrógeno es normal. Tachas de tu lista de posibles causas a la menopausia, y te das cuenta que solo quedan dos alternativas: o Susana tiene otro hombre, o simplemente ya no está enamorada de ti. Te resistes a aceptar cualquiera de las dos.         

            Te avientas a la corriente de la vena cava inferior para regresar al corazón y reordenar tus ideas. Cuando llegas, descubres que tu llave ya no abre ninguna de las puertas.  Te asomas por la válvula aórtica y confirmas lo que vienes sospechando desde un principio: un nuevo inquilino está firmando el contrato de arrendamiento.

            Lo único que te queda -para no convertirte en un parásito que viaja de un órgano a otro pidiendo aventón por los vasos sanguíneos-, es pedir asilo en el cerebro. Cuando llegas al lóbulo frontal hay dos puertas: una dice recuerdo, y la otra, olvido. Para efectos prácticos es lo mismo. Una solícita neurona se ofrece a llevarte el equipaje.

            "El equipaje", piensas, "en la madre, lo dejé en el corazón".

            Decides regresar y recuperarlo. No estás dispuesto a compartir tus virtudes y ternuras con nadie. Ya no tienes la llave, pero no tienes nada que perder. Si no te dejan entrar, estás decidido a forzar las cerraduras.

  

miércoles, 23 de febrero de 2022

"Parteaguas" de Mariel Turrent

Querido L, no lo tomes mal, pero ya me incomoda la parte clandestina y transgresora de nuestra relación. Debemos terminar.

Querida B, te entiendo, yo me siento igual, pero si vamos a dejar de ser amigos, al menos, sigamos siendo amantes.

"Ahora" - Franches

En mi casa vivimos tres personas: mi mamá y yo.

"Mi sonrisa indeleble" de Mariel Turrent


 

Durante la pandemia, Rubén se volvió paranoico, no quería que tuviéramos contacto con nadie y él mismo evitaba tocarme. Yo echaba de menos la calidez humana. Afortunadamente, cuando bajaba a nadar, coincidía en la alberca con mi vecina y aprovechaba para platicar con ella. Así supe que era pintora y daba masajes tántricos. Yo no tenía ni idea de qué iba eso, pero corrí a buscarlo en internet y la siguiente vez que la vi, le pedí que me hiciera uno.

Como Rubén no lo permitiría —por los contagios— sugerí que fuera a mi casa de noche, cuando él estuviera dormido, pues ambos tenemos el sueño muy pesado. Le venía bien hacerlo a esas horas pues decía que acostumbraba a pasar un par de noches en vela para forzar una especie de trance que la llevaba a pintar sus maravillosos cuadros. Me regaló un aceite aromático que me dijo que me untara en pies y manos antes de dormir pues me iría preparando, debía dejarlo a la mano, sobre la mesa de noche porque luego ella lo iba a usar. Le di mi llave y ella correspondió a mi confianza y me dio la suya, “Por cualquier cosa”, me dijo. 

A partir de entonces, cada martes por la mañana le deposito su merecido pago en la cuenta indicada. Mis noches de lunes son extáticas; en una especie de duermevela alcanzo un clímax superior al que jamás había experimentado y, al día siguiente, constato los beneficios de este con una sonrisa indeleble y mi excelente actitud que contrarresta la amargura inframundezca de Rubén.

No recuerdo cuándo fue la última vez que la vi. Dejé en algún momento de coincidir con ella en la alberca y cuando me di cuenta de ello quise contactarla, pero nunca tuve su celular. Le toqué varias veces el timbre sin éxito, hasta que opté por entrar a su casa con mi llave: estaba vacía. El conserje me dijo que hacía mucho tiempo que se había mudado. Investigué la cuenta de banco y resultó pertenecer a una asociación de beneficencia en la que me dijeron que trabajaban muchos voluntarios y así por su nombre de pila no podían darme razón de ella. Sin embargo, todos los lunes sigo teniendo la misma sensación en mi duermevela y confirma su presencia el aceite que amanece descolocado en mi mesa de noche.

"Primera vez, otra vez" Franches

Primera vez, otra vez

Una persona está en un restaurante con varias amistades. Era la primera vez en ese lugar aunque ya había estado ahí varias veces.
- Con permiso; no me tardo- les dice a sus amigos
Se levanta y arrastra el ancla que lleva.
- Disculpa, ¿el baño?
- Al fondo a la derecha.- le contesta una de las camareras.
Claro, siempre al fondo a la derecha sin importrar donde sea adelente o atras.
Frente a las dos opciones para un segundo a descifrar cual por cuál entrar. Se duplica el tamaño del ancla. El pulso se le acelera al empujar la puerta de la izquierda. La idea de que haya alguién dentro es casi pavor como el que siente la gacela al cruzar el río infestado de cocodrilos en ayunas.
No se ve nadie ahí. El ancla es más chica. No conocía ese baño aunque ya había estado en él más de una vez. Los lavamanos ahora están a su derecha en vez de a su izquierda como era antes ahí. La antesala, con pocos muebles pero muy monones, está del otro lado.
Se ve en el espejo al atravezar. El reflejo es el de su misma persona. No la conoce, se ve diferente, es más alta y torpe. Le soríe a esa imagen de sí aunque el temor de que los cocodrilos aparezcan en cualquier momento es omnipresente.
- ¿Cómo es posible que esto sea ilegal?- se piensa al sentir el tambór de su corazón.
Llega al mingitorio cerrando la puerta por detras. Es como otros, de cerámica blanca y agua cristalina. Se sienta. De un lado está el dispensador de papel higiénico y del otro no reconoce la caja de acero inoxidable. Tiene una tapa como para dejar ahí los pecados.
- ¿Para qué será?- se pregunta sin hablar. -¡Ah, es obvio pero no se me había ocurrido!-
Siente mucho alivio al orinar pero el ancla sigue atada a su tobillo. Su ritmo cardiaco todavía es elevado. Aún tiene que salir de la zona de peligro. No falta mucho pero el riesgo es real.
Al lavarse las manos ve como alguién entra. El ancla se convierte en grillete de 2 toneladas. El corazón se le va a salir del pecho. Baja la mirada para no hacer ningún tipo de contacto con las dos personas que pasan por detras sin decir nada.
- ¡Vaya pues, yo solo quería hacer pipí!- se vuelve a decir viendo el ancla achicarse al salir del baño y regresar con sus amistades.

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"GUERRERO" Vero Garza


Sangre cuajada en las baldosas blancas.  Lomos y extremidades apilados en una esquina. Huele a fierro y polvo de hueso aserrado. La mesa plateada, antes impoluta, es ahora una cascada carmesí. Los felinos se inquietan; perciben aromas y sonidos familiares. Fauces salivando, expectantes. El silbido agudo de la sierra una campanilla de Pavlov. Nalgas amoratadas y manos sin falanges. Un día cualquiera en algún impronunciable ejido de Chilpancingo.

"Cambiar el Destino" Sandra Monjaras


 Cambiar el Destino

Sandra Monjarás

La veo dispersa, y me imagino lo que siente después de cinco años trabajando en el aeropuerto, recibiendo y despachando a tantos viajeros de todo el mundo con sus diferentes historias. No puede dejar de pensar en sus rostros que entusiasmados se disponían a pasar las fiestas con sus seres queridos mientras ella les deseaba buen viaje. Recuerda a detalle lo que platicó con algunos de ellos antes de que embarcaran. Yo traté de advertirle, le pedí que revisaran más a detalle el equipaje pues yo sabía que algo no estaba bien, pero ella no quiso escuchar, me dijo que las multas por demora son muy costosas. Dos horas más tarde de la salida recibimos la noticia: el vuelo 103 de Pan Am había explotado en el aire cayendo sobre Lockerbie en el Reino Unido. Ahora, ya no mira la cara de quienes embarcan, tampoco se atreve a mirarme a mí. 

"Las Escondidas" Diego Covarrubias

LAS ESCONDIDAS

 

Diego Covarrubias

 

"¡Noventa y siete, noventa y ocho, noventa y nueva y… cien! Listas o no, ¡ahí voy!" María abre los ojos y su mirada abarca de golpe la cocina, la sala y el comedor. Ni rastro de las niñas. "¿En donde estarán?" Su voz se oye por todo el departamento. Con lentitud felina avanza hacia el baño de visitas, situado a un lado de la puerta de entrada. Sus pisadas lastiman el silencio. Abre la puerta del baño y grita "¡Sorpresa!", pero el grito enmudece al darse cuenta que tampoco están ahí. Se voltea hacia el largo pasillo que lleva a las habitaciones, y vuelve a decir, ahora con una voz que se agrieta en su garganta, como sacudida por un temblor: "¿En donde estarán?" Su lentitud se vuelve pastosa, y el pasillo se convierte en un largo túnel fangoso que sulfura soledades.

          Juan entra al departamento y se encuentra a María paralizada a medio pasillo, como si estuviera perdida en la noche, pausada como película de Netflix, incapaz de dar otro paso hacía la puerta del cuarto de las niñas, que permanece cerrada desde hace más de cuatro años. "¿Qué haces María?, ¿estás bien?", le pregunta. Detrás de una copiosa lluvia de lágrimas, María abre un paraguas negro y sin futuro, y le contesta: "Si mi amor, estoy jugando a las escondidas con las niñas, pero todavía no las encuentro."

          Juan la cobija con un tierno abrazo erosionado por el tiempo y por el dolor, y se la lleva a la cama. Cuando se cerciora que María se toma su medicina y se queda dormida, se dirige al baño para iniciar el ritual nocturno de deshabitarse. Cuando termina, se mete a la cama y se envuelve en una tristeza profunda y solitaria como un naufragio en medio del mar. Cierra los ojos y  espera que lleguen las ausencias de cada noche a poblar su insomnio.

 

 


"El siguiente", Luis Fernando Redondo

Aquí lo dice bien clarito. Gregor escucha una voz sin inflexiones. Intenta mirar por encima de los dos hombros que tiene delante al ho...