jueves, 10 de marzo de 2022

"El lobo", por Verónica García



Lo vi una sola vez detrás de un árbol. No podría asegurarles si mordía o no, tenía solo tres colmillos y ocho dientes, el resto los había dejado sobre el lazo.  

Me acerqué despacio para no asustarlo. Los huesos de su espalda estaban forrados de piel y de su pecho crecía un delgado pelo negro que lo protegía del frío. Jamás había visto algo parecido. Me acuclillé para que olfateara mi cuello. Tenía los ojos grandes, grises, hundidos, como olvidados en algún sitio muy lejos de aquí.

Se había arrancado las uñas y fracturado las manos y de su boca escurría una saliva espesa con olor a miedo. Intenté tocarlo. Quería rodearlo con mis brazos hasta exprimir el dolor de su cuerpo, pero no me lo permitió: levantó asustado la cabeza enseñándome los colmillos. Gruñía y se revolcaba sobre la tierra, creando un remolino de polvo con tristeza que me hizo llorar.

          Sentí una espina en el alma cuando lo agarraron entre todos para vacunarlo. Acababa de llegar al orfanato. Siete de sus diez años de vida los había pasado amarrado al mismo árbol esperando cada noche la llegada de su madre.

  


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