lunes, 21 de marzo de 2022

"Color de Amores", de Cecilia Carranza




La enfermera apaga la alarma de oclusión del suero y sale de la habitación. Inés acaricia la frente de su madre. La hermana y la sobrina miran absortas la pantalla de un celular.

–El gato morado se orinó en la esquina –dice la madre arrastrando la voz–. ¡Apúrate! 

–¿Quieres que te lleve al baño, mami? –pregunta Inés, sabiendo que la anestesia de la cirugía y la morfina, nublan la mente y agolpan la incoherencia en las palabras.

Levanta la cabecera y gira a su madre, la calza con pantuflas y la ayuda a bajar por el escalón ofreciendo su antebrazo y cuidando la muñeca canalizada. Verifica que los lazos de la bata estén cerrados; sabe lo púdica que es su madre. Su brazo derecho es el apoyo, el izquierdo empuja al porta-suero para llevarla al baño. 

            A los tres pasos, un fuerte olor inunda la habitación. Inés se detiene, mira hacia donde está sentada su hermana, después mira abajo. Las piernas de su madre están teñidas por hilos café-amarillos que descienden y encharcan pantuflas y piso. Inmediatamente la hermana y la sobrina salen de la habitación sin decir una palabra.  Adormilada, la madre dice: 

–El gato, el gato, se me sube por las piernas, ¡quítamelo! 

Inés avanza hacia el baño. El hedor crece por segundos. Cada paso deja un camino de huellas arrastradas. Inés respira con la boca abierta y evita cualquier gesto de desagrado. Con cuidado desviste a su madre, silbando la única canción que le viene a la memoria: "La Muñeca Fea" de Cri-Cri. Tira la bata al suelo y sienta a la mujer desnuda en el banco dentro de la regadera mientras siente en sus hombros un peso que la sobrepasa. La madre semeja una pequeña de tres años, encorvada bajo su vergüenza, su miedo y su dolor. El agua tibia la acaricia, un gemido de dolor sintoniza con el silbido de Inés. Algo oscuro y podrido al fondo de su herida cruje.

            Inés limpia aquello que su madre no digirió, que no pudo retener ni controlar. Intenta en vano curar la herida invisible, la que nunca cicatrizará.

 

En la oficina del ministerio público el hermano de Inés narra lo que recuerda:

–Chupé un cuadrito de papel, ¿o tal vez dos? Durante mi viaje alguien me sacudía, me gritaba cosas y creí que me atacaban. Clavé el cuchillo guardado bajo la almohada donde pude y entonces reconocí la voz que gritaba. Todo se tiñó de rojo.


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Cecilia Carranza

55 43 60 50 67

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