jueves, 31 de marzo de 2022

"Detrás de las paredes", de Diego Covarrubias


 

—No es la primera vez que lo escucho —confesó Camila.

          —¡Qué miedo! No puedo creer que haya un hombre viviendo detrás de las paredes de nuestro cuarto. —Beatriz abrazó a su muñeca, protegiéndola.

          —No es uno, son muchos. ¡Ahora los oigo!

          Camila pegó la oreja a la pared y se llevó el dedo a los labios pidiendo silencio.

          —¿Qué dicen? —preguntó Beatriz.

          —Parecen nerviosos, como si tuvieran miedo.

          —No me asustes. Por favor concéntrate y dime qué dicen.

          Con la oreja en el muro, Camila cerró los ojos y después los abrió lentamente.

          —Dicen que escuchan las voces de unas niñas detrás de las paredes de su cuarto.

"El Mar", de Diego Covarrubias


 

Caminábamos por la playa. Ella estaba inquieta, incómoda. El silencio aumentaba el sonido de las olas cada vez más violentas, más enojadas. Me dijo algo que no alcancé a escuchar pero que sonó a reproche. Nos detuvimos, su mirada apuntándome como el cañón de una pistola. Todo contribuía a la batalla: la arena arremolinada golpeándonos el rostro, el sol lapidario, el exceso de gaviotas en el cielo, el hastío de los años. Forcejeamos. Quiso huir, pero se lo impedí. Una ola nos levantó y apagó el día.

          Después, cuando desperté, ella ya no estaba ahí.

jueves, 24 de marzo de 2022

"El otro nadador", de Diego Covarrubias


 

          —¿Quién era? —preguntó Ned cuando Shirley regresó al cuarto y se metió a la cama.

          —Un imbécil que pretende volver a su casa nadando en las piscinas del vecindario —contestó Shirley, dejando caer sus cabellos color bronce sobre la almohada.

          —Me pareció que platicaban, ¿lo conoces?

          —Hace tiempo tuvimos un romance que terminó mal y un asunto de dinero que terminó peor. Nada importante. Es un don nadie que tiró su vida a la basura y perdió todo. Insistía en que le diera algo de beber. Le pedí que se fuera.

          Otro amante, pensó Ned.

          —Escucha, Shirley, tenemos que hablar, las cosas con Lucinda se están complicando más de la cuenta. Creo que sospecha de nosotros. Además, el viejo Halloran está resultando más desconfiado de lo que suponíamos. Ayer me pidió que le dejara ver las finanzas del proyecto, porque según él hay números que no cuadran.

          —No sabe que yo estoy metida en esto, ¿verdad? — preguntó Shirley.

          Halloran pertenecía a la vieja alcurnia, y aunque se había vuelto excéntrico y nudista, seguía teniendo contactos importantes en los altos círculos financieros. No era alguien con quien uno quisiera tener problemas.

          —Por supuesto que no, no te preocupes. No sabe nada de ti. —Ned intentó tranquilizarla.

          —Me preocupo porque el dinero lo puse yo, y pase lo que pase lo tengo que recuperar. El de la idea de estafarlo fuiste tú, yo solo te hice un préstamo. No se te olvide.

         Ned recordó que Shirley se había mostrado entusiasmada con el plan para despelucar a Halloran, llegando incluso a sugerir, entre carcajadas cómplices, dos o tres detalles, pero sintió que no era el momento adecuado para mencionarlo.

          —Y del tema de Lucinda— agregó Shirley, —es un riesgo que ambos asumimos, Ned. También Jack sospecha, y mientras sólo sospechen, no pasa nada. Tenemos que ser prudentes.

          —Lo sé, por eso te lo digo. Tengo demasiadas cosas en la cabeza y siento que estoy perdiendo el control de la situación.

          —¿Qué estás tratando de decirme, Ned?

          —Que quizá sea mejor que dejemos de vernos. Tengo que enfocarme en lo de Halloran y no puedo arriesgarme a que Lucinda se entere de lo nuestro y me pida el divorcio.

         —¿Y por qué no me dijiste esto hace una hora, antes de acostarte conmigo?

         —Perdón, tienes razón. Intenté hacerlo, pero no encontré las palabras…

         —¿No las encontraste? ¿Dónde estaban? ¿Ocultas detrás de tu cobardía? Santo Dios, jamás crecerás Ned. Debí haber hecho caso a la señora Biswanger, que me advirtió que eras un bueno para nada. Lárgate de mi casa, y más te vale que me regreses hasta el último centavo.

         Ned se incorporó de la cama y empezó a vestirse. Para él, el affaire con Shirley había sido un asunto superficial, una simple aventura carnal, por eso le sorprendió oír que lloraba.  Se acercó a la ventana, desde donde se veía el portón, y a un lado la piscina vio a un hombre que la cruzó a nado, chapoteó hasta la escalerilla y trepó por ella. Sus miradas se encontraron un breve instante bajo el farol iluminado y algo en el tipo le pareció vagamente familiar.

          De camino a casa, Ned intentó pensar en muchas cosas; en qué le iba a decir a Halloran, en Lucinda, en sus hijas, pero su pensamiento volvía una y otra vez a ese hombre recién salido de la piscina, que lo miraba desde el prado nocturno. No lograba desprenderse de la idea absurda de que esa visión, la del hombre parcialmente iluminado bajo el farol del jardín, era un recuerdo que lo acechaba desde el futuro.

 

"El siguiente", Luis Fernando Redondo

Aquí lo dice bien clarito. Gregor escucha una voz sin inflexiones. Intenta mirar por encima de los dos hombros que tiene delante al ho...