jueves, 12 de octubre de 2023

"Extranjeros", Pilar Carrasco Mahr


En algunas ocasiones una concepción normativa del género 

puede deshacer a la propia persona al socavar su capacidad de continuar

habitando una vida llevadera.

 JUDITH BUTLER


Mi niña-mujer despierta y se toca el cuerpo musculoso, sin saber por dónde o cómo habitarse. Sus pezones son pequeños, como dos volcancitos color marrón que sé que desearía con toda su entraña que brotaran de su piel con una turgencia que gritara que ella es fémina, que tiene toda la conciencia de mujer aunque sus gónadas le griten al mundo que miente, que es una extranjera en su casa, en su cuerpo, en lo que le da tierra y la arraiga. Nunca he tenido que emigrar de mi país, pero he visto a tanta gente que dolorosamente tiene que dejar ese lugar, aquel que les fue otorgado al verlos nacer. Algunos cargan la mirada dolida de la guerra que los ha torturado en su terruño y me he preguntado últimamente hasta dónde puedan seguir amando ese hogar que no los acogió. Veo a mi hija e intento imaginar, por lo que expresa con sus movimientos, su sensibilidad y sus confusas palabras, lo que debe ser sentirse ajena y extranjera en ese cuerpo. No poder descansar en él. Siempre intentando emigrar para ahogarse una y otra y otra vez en la barca de sus anhelos que naufraga en el mar de lo imposible.

Mi hija nació siendo hombre. Con pene, testículos y todo lo que un cuerpo ya determinado sexualmente tiene en su paquete genético para ser llamado varón. Yo la llamo extranjera. Su conciencia parece no tener nacionalidad. Su lucha, que ahora hago nuestra, ha sido un intento de huida permanente. La carne en la que nació y que la debería contener, el cuerpo que la debería amparar que es su hogar, no es reconocido ni por ella, ni por el entorno que la rodea. Nos dice con frecuencia que ni siquiera puede sentir que ella pertenece aquí. Yo asumo que habla del baúl que la denomina, que la determina, que la obliga a definirse como él desea haciéndola  sentir que así y sólo así pertenecerá a él. Ese mundo que no la logra definir porque si se presenta como lo que siente que es, será linchada. Su cuerpo ya no es lugar seguro, ella misma lo repudia y lo siente como un inmigrante pestilente que le amenaza la integridad y la identidad. Pienso con dolor que eso es lo más cercano a vivir en el terror de la guerra, pero una que se lidia en lo profundo de sus entrañas. Me cuenta que ve a los otros como una amenaza porque les representa un horror, no entienden su identidad, hay algo mal en ella por no ser como ellos. Tiene esta cosa la identidad; deseo con fervor saber quién soy, qué me hace ser quien soy, como si uno pudiera a lo largo de la vida saber quién carajos es uno y como si uno alcanzara en algún momento ese saber y lo pudiera dar por cierto. El no saber quién soy, es lo que motoriza la búsqueda de sentido, pero de alguna manera necesito llegar a un puerto seguro que me reciba, que me ampare, que me abrace. Galatea no tiene eso. Así decidió llamarse, un día, uno de los pocos en los que la he visto sonreír nos dijo, desde hoy mi nombre es Galatea. Y esta mierda de mundo, se afana en reconocerla con una lacerante letra T, esa que adorna el arcoíris del prejuicio porque alguien decidió otorgársela como visa de inmigrante de otro planeta. O de un triángulo de las Bermudas libertario y anodino. O proveniente de la tierra lejana de los engendros. 

Gala, como le decimos de cariño, vive atrapada en un cuerpo que asume desde que tenía cuatro años, que no es suyo. "Me lo cambiaron", comenta con una voz que refleja una vergüenza existencial que difícilmente sostendrán sus ojos porque miran siempre al piso. Cuánta tristeza se desborda en su voz cuando nos narra cómo otros ojos mitigan su ser por la forma en la que la ven; le destrozan las ganas, le quitan la voluntad de vivir, quisiera enconcharse para no salir más. ¡La han golpeado tanto! Literalmente. Le he curado tantas veces los moretones y el labio partido. Yo sé, porque una madre lo que no sabe lo intuye, que ella siente que su cuerpo lo merece porque han logrado que lo odie de la misma forma en que es odiado. Yo quiero gritarle al mundo con su dolor de mujer que se fusiona con el mío que a la pinche sociedad le importa poco que sepas quién eres, lo que hace con lo que no entiende y con la diferencia es colocarte, porque te debe colocar en alguna categoría, en el lugar de la monstruosidad. Al parecer, cuando ella intenta deconstruir su identidad, derecho inalienable de cualquier conciencia, desestabiliza los límites del conservadurismo por ser y sentirse diferente. La norma dice que ella debería saber en qué cajón meterse, que cómo se atreve a dudar y pretender ser idéntica a sí misma. Porque todo ente sólo es idéntico a sí mismo. Filosofía simple. El problema de fondo, y llegamos al punto de partida, es la defensa de la frontera. Si atraviesas mi frontera con tu rareza te parto la crisma. Frontera entre géneros, entre países, entre tierras, entre especies. El ser humano se ha ahogado en su ególatra y avara humanidad para castigar al que no lo es su igual o al que no se parece a lo que él, desde su condición hegemónica, ha determinado que debe ser. Se han metido con la identidad de mi niña ahora mujer, y eso sí que no se lo perdono al mundo. He de rebelarme hasta el día que muera, no permitiré que la sigan alentando a odiar al cuerpo que necesita como antena para sentir al mundo. Para navegar en él sin ahogarse. Su metamorfosis ha sido designada parte fundamental de nuestro proyecto de vida. Emigrantes de la norma, de la imposición. Eso seremos. 

Vuelve a amanecer. La miro y de su boca sale una voz grave pero con una cadencia y suavidad propias del que planea remodelar su casa para hacerla completamente suya aun sabiendo que tendrá que tirar algunos muros de carga. Aun a riesgo de desestabilizar sus entrañas para seguir buscando el camino que la guíe al sentido de descubrir quién puede ir siendo con toda su singularidad y a pesar de vivirse tan ajena a este mundo que la desprecia.

No la entendimos al principio. Ni yo, ni su padre, ni sus hermanos. Aún sufrimos el repudio de la mayoría de la familia extendida. Perdón por eso, hija, dicen que lo personal es político y no hay lugar en donde tuviste que jugar más la perversidad de lo político que en nuestra casa, con el condicionamiento de lo que debió ser siempre incondicional para ti, el amor de tu familia. Todos somos en el fondo monstruos, no hacemos otra cosa que tratar de maquillarnos, de intentar ser como el otro para pertenecer a esta sociedad podrida y estigmatizante. La rigidez del género nos ha convertido en una manada de monstruos intentando defender un terreno al que le amenaza lo desconocido. Renunciamos a este mundo, conquistemos nuevas tierras. Viajaremos contigo, pelearemos con dragones, seremos nómadas, emigrantes, buscadores de tesoros. Llámenos ahora, a esta familia de engendros y locos, extranjeros.  



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